viernes, 17 de octubre de 2008

Teresa del Conde


Bienal Tamayo

El jurado de la versión 14 de la Bienal Tamayo otorgó cuatro menciones honoríficas. La que corresponde a Fernando Aceves Humana (1969, todo un veterano) es Sin título, de la serie En riesgo. Sí es una pintura-pintura, de las pocas que hay en el conjunto. No es una obra que gratifique, con todo y que el animal feroz, además de su condición propiamente pictórica, es muy expresivo.

A los animales les fue bien en esta bienal: el perro de Abraham Jiménez (1977) es hermoso ejemplar y está adecuadamente pintado, sufriendo el ataque de una especie de beisbolista que no ayudó mucho al efecto general del cuadro en cuanto a composición, pero como el título es Ataque, algo tenía que haber sucedido con la disposición iconográfica.

Otro animal es un cerdito de cerámica (soporte no tradicional) pintado a mano que me hizo pensar: ¿Qué está haciendo aquí esta monada?, Su título, muy adecuado es Carne de la serie Patologías de Ricardo Sánchez López (1978), quien con acrílico y bolígrafo decoró con cortes de lomo y chuletas el cuerpecito del animal.

Aquí, como en otros casos, quizá la elección se dio por el título, como sucede con Bipolar I y II del exitoso Emilio Saíd (1970). ¿Será que la pieza alude al trastorno bipolar, antes denominado condición maniaco-depresiva en sus dos modalidades?, pudiera ser. ¿O más bien se trata de polaridades electrónicas? Los trazos, de arquitecto, son escuetos y elegantes.

Los 12 botes con mezclas de pintura de Alejandra Quintanilla (1973) provocan un efecto óptico nada desdeñable, por lo menos desatan la moción de observarlos a fondo, mientras que los porcentuales de laca automotiva de Emilio Chapela Pérez (1978), adjudicados a Starbucks y a McDonalds, tienen buen efecto decorativo, están relacionados, parece, con “el carácter irónico inherente a la naturaleza propia de la competencia “según expresa Taiyana Pimentel”.

Con todo y que soy defensora de la pintura, las piezas que mayormente me atraparon, las más logradas (según mi discutible criterio), no son pinturas, aunque puedan “leerse” como tales. Una de éstas es Muro cubierto, trabajo en tornillos que proyectan su sombra, de Ricardo Rendón (1970). La otra es Puntuación, de Carlos Maldonado (1975); está trabajada en esmalte negro y gris en diversos tonos sobre un tablero totalmente tapizado de cucuruchos de papel, de los que se usan para beber agua. Es un trabajo atinadamente pergeñado y de buen efecto.

Al ver de lejos la pieza central de Gabriel de la Mora, creí que Beatriz Zamora había participado y se encontraba en la selección. No fue así, mas ésta obra de De la Mora, realizada para la apreciación de un invidente, tiene mucho chiste; se trata de un bastidor de madera forrado irregularmente con las bolsas negras de plástico que sirven para recolectar basura.

Una de las más jóvenes participantes es Tania Ximena Ruiz Santos (tiene 23 años). Que la juventud sea divino tesoro, ni duda cabe, pero que resulte posible distinguir con una mención de honor la aplicación en tinta serigráfica casi negra sobre vinil negro es otra cuestión que ameritaría pensar si tales distinciones se adjudican teniendo en cuenta, en este caso, la edad de la autora.

Veo mejor el planteamiento de Alvaro Zanini (1977), porque revela que algo no es lo que parece ser. Los encajes bordados de sus abuelas (método más fácil para armar las dos composiciones) no son collages adheridos al soporte como a simple vista parece percibirse. Están acuciosamente pintados al óleo y tienen espesor.

La convocatoria dispone que el jurado, si así lo deseaba, pudo haber seleccionado hasta 50 trabajos. Se eligieron 44 de 38 artistas, algo que representa un avance sobre la bienal de 2006 cuya selección se integró tan sólo con 29 obras.

Aunque como se ve, siempre habrá piezas que suscitan interés o por lo menos curiosidad, no se entiende bien el por qué de la selección de ciertas piezas, que, o son francamente horrorosas y burdas a fuer de “conceptualosas” o únicamente llenan un hueco en cuanto a modalidad. En ese caso están, respectivamente y muy a mi pesar Gran boceto obra, de Anuar Antonio Atala M. (1972) y Sin título III, de María Vanesa García Lembo (1969). Esta última, por cierto, luce mucho mejor en fotografía que en la realidad.

Puntuación (pieza seleccionada en la XIV Bienal Rurino Tamayo

martes, 22 de julio de 2008

Campo Visual

Exposición
Ex-Convento del Carmen junio/julio 2008

Punto Espacio Horizonte


Vista sala


Lineas


Formas en el horizonte


Campo Visual

Dibujar es una ocupación literaria. Yo no abandono un dibujo sino hasta que no puedo agregarle la palabra fin… Me gustaría que en pintura también se pudiesen usar las palabras prosa y poesía para, así, definir mi trabajo como una pintura en prosa. El impulso narrativo es esencial…
Valerio Adami


La línea y el punto forman figuras, palabras: lenguajes. La línea es el punto que se alarga; el punto es la línea que se ovilla. La obra de Carlos Maldonado parece instalarse entre estos dos espacios, entre estos dos límites. Hacia adentro y hacia afuera. Interioridad y vaciamiento. Movilidad y quietud. En pocos años, la obra de este artista ha modificado su tesitura y su carga simbólica. Al principio de su carrera, los rostros, la moda, las figuras femeninas y un álbum de zoología muy particular (caballos y aves) impregnaban su discurso. Poco a poco, algunos de los elementos desaparecieron y dieron paso a una modificación conceptual que el espectador descubre lentamente.
Si antes Carlos Maldonado era ante todo un pintor, ahora es un artista que utiliza el trabajo plástico como un vehículo expresivo más, como un espacio de acción. Action painting, ready made, instalación, poesía visual, dibujo, son algunas de las plataformas utilizadas por Maldonado para construir un campo exploratorio. Importa ahora lo que “al narrarse crea”, no el objeto en sí, sino su propio resultado. Lleva la técnica, la visión, el modus operandi a otras formas de representación. Hay una narrativa visual que se deconstruye en una narrativa conceptual. Mejor: aunque haya pintura, no importa; importa la conjugación y el resultado: concepto-objeto. El artista saca las figuras, las líneas, el punto de su propio contexto, de su espacio “natural” y los lleva a otros ámbitos (Duchamp a la inversa, podría pensarse).
Las diecisiete obras de Campo visual adelantan –y muestran, ante todo– un nuevo camino, no la selva selvaggia, en donde Maldonado, su trabajo, es habitado por el movimiento, por figuras que adquieren volumen (el clavadista repetido obsesivamente, y con distintas cargas retóricas es un ejemplo de ello), consistencia, peso.
Aquí hay una metáfora para explicar la obra. Carlos Maldonado, al igual que su clavadista, se lanza al vacío: queda detenido en la sombra de un espacio blanco. Entre el mayor interiorismo posible y la mayor provocación externa surge el grado cero de su obra: reflexión e inflexión: corporeidad de objetos y símbolos: poesía. Maldonado, ese posible prosista imaginado por Valerio Adami, no abandona el dibujo, al contrario, lo expande, lo dinamita: lo lleva a otros espacios.

León Plascencia Ñol

Dertalle Puntuación I / Abajo: Puntuación II



lunes, 21 de julio de 2008

Derechos Reservados

Nivel de agua



El cono. Punto y espacio

Carlos Maldonado es pintor. Eso ya lo demostró hace tiempo, desde que descubría en sus primeras exposiciones un especial interés por el dibujo, la primera técnica en su obra: labor por la que proponía y se acercaba al quehacer visual. El Carlos Maldonado (ciudad de México, 1975) de hoy sorprende en su propio campo de juego, en la pintura y su interés por sus orígenes, por la línea, el punto y el espacio. Desde afuera del lienzo creó un discurso que no nace precisamente del pincel, sino, más bien, de la idea. Y en el ex convento del Carmen el título de su nueva individual dispone a la mirada: Campo visual.
Son pinturas, grabados y un par de piezas, objetos, descritos por el artista en la ficha como técnica “papel y esmalte”, bajo el nombre “Puntuación”, dos dibujos en cientos conos de papel, de esos donde se toma agua. Maldonado regresa al comienzo del dibujo y agranda su interés por la naturaleza del proceso enfatizando que cada imagen, en realidad, es un punto y una línea, como un zoom con el que se descubre la clave, la esencia de su oficio. Quizá es en esto donde radica el cambio de mirada de Maldonado: todas las piezas que componen su exposición también pueden leerse como una especie de teoría, de tratado sobre la reflexión de un pintor que voltea a la raíz de la creación, y que desde allí se reinventa. Los dos dibujos en conos ponen en manifiesto que para Maldonado, el lienzo no es lo que se impone frente al impulso, que su trabajo va más allá de este objeto.
La lección continúa con la pintura, ahora grandes paisajes en acrílico sobre tela: el espacio. Maldonado agrega gotas, chorrea con negro o blanco al paisaje, y justo en esas manchas acude la perspectiva, como una lluvia intensa que sólo abarca esa delgada dimensión entre la orilla de la pintura y su espectador. El pintor juega con la mirada, su pincel muestra lo que no se ve, y si faltaba algo eso está en la gráfica, serigrafía sobre el movimiento, el clavadista estático, lo quieto que se mueve, la figura que reina en Campo visual. Una buena lección de Maldonado.
Dolores Garnica
Martes 01 de julio de 2008
Público/Milenio

Despacio I




Despacio II